La cocaína es la única multinacional exitosa de América Latina y la principal fuente de divisas para los países andinos.
Los cultivos de coca han ocasionado la muerte de muchos campesinos cocaleros en los enfrentamientos con el ejército en Colombia. Los cocaleros protestan contra la erradicación forzosa de las plantaciones de coca y de amapolas, y contra el empleo del glifosato, producto químico muy tóxico que se usa para la fumigación como herbicida.
Guerrillas, narcotraficantes, campesinos desesperados, militares corruptos y mal pagados, políticos en la disyuntiva de optar entre la plata o el plomo y agentes norteamericanos antinarcóticos, son los protagonistas de la guerra de la coca. Términos como narcodemocracia o narcoguerrilla ilustran la extensión del narcotráfico.
Uno de los hechos más preocupante es la rápida propagación de los cultivos de amapola para producir heroína en los departamentos colombianos de Cauca, Huila, Caquetá y Tolima, propiciada por el cártel de Cali. Hay ya más de 40.000 hectáreas sembradas de amapola (Papaver somniferum) en la zona andina colombiana, en alturas que casi siempre superan los 3.000 metros. La heroína procedente de Colombia representa el 62 por ciento del mercado estadounidense, según la DEA (Drug Enforcement Administration), cuando hace apenas unos años la práctica totalidad procedía de Asia.
El glifosato empleado para erradicar la amapola está causando un serio daño al frágil ecosistema del páramo y además su efectividad es muy escasa, al ser fumigadas las plantaciones desde gran altura, para evitar que las avionetas y helicópteros sean alcanzados por los guerrilleros de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
La acción de Estados Unidos se reduce a destruir la oferta: en el año de más éxito lograron erradicar 5.000 hectáreas de coca, compensadas con 12.000 nuevas hectáreas. EE UU presiona a Colombia para que use el glifosato (N-(fosfonometil)glicina) y sobre Perú para que permita a la DEA fumigar las zonas productoras de hoja de coca con un herbicida extremadamente tóxico, el tebuthiuron o Spike.
Inicialmente, la empresa fabricante Eli Lily se negó a vender el tebuthiuron al gobierno norteamericano, al desconocerse los posibles efectos del herbicida, pero la DEA se impuso, a pesar de los informes desfavorables de la EPA (U.S. Environmental Protection Agency), en los que se destacaba su toxicidad, hasta cinco años después de haber sido aplicado.
En las zonas productoras de coca en Perú, el Alto y Medio Huallaga y los valles del Ene y del Tambo, tienen todavía alguna implantación Sendero Luminoso; en Colombia las zonas de cultivo, el Guaviare, Caquetá y Putumayo, cuentan con gran presencia de las FARC, grupo con cerca de 10.000 guerrilleros en activo.
Multinacional exitosa
Según evaluaciones de la DEA, en base a fotografías de satélite, el cultivo del arbusto de la coca,Erythroxylum coca, alcanzaba las 230.000 hectáreas: 112.000 en Perú (200.000 hectáreas según otras fuentes), 60.000 hectáreas en Colombia, 50.000 en Bolivia (Chaparé y las Yungas de la Paz), 5.000 en Ecuador y 2.000 en Brasil.
Cerca de dos millones de personas viven en los países andinos del cultivo, transformación y distribución de la coca, obteniendo ingresos hasta 18 veces superiores a los que les reportarían cultivos alternativos, como el café, el cacao, el arroz, el maíz, el caucho o la palma africana.
El cultivo de la hoja de coca es realizado por 675.000 indígenas y campesinos pobres: 260.000 en Perú, 110.000 en Bolivia y 304.000 en Colombia. Perú produjo 197.000 toneladas de hoja de coca, Colombia 100.000, Bolivia 81.000 y Ecuador 170 toneladas.
Parafraseando al economista francés Jean‑Baptiste Say, toda demanda crea su oferta, y la demanda de la coca son los 10 millones de consumidores habituales y 25 millones eventuales, existentes en Estados Unidos; los consumidores norteamericanos gastaron en cocaína y derivados como el crack de 80.000 a 170.000 millones de dólares. El mercado europeo se ha expandido rápidamente, coincidiendo con la saturación del estadounidense. España, y sobre todo Galicia, es una de las principales vías de entrada en Europa.
Los ingresos de las más de 900 toneladas de cocaína producidas, una vez adulteradas, ascendieron a más de 100.000 millones de dólares. De éstos, sólo 8.000 millones ingresaron en América Latina, aunque los cultivadores percibieron no más de 800 millones de dólares; el resto quedó en manos de la compleja trama del narcotráfico.
El campesino recibía de 500 a 700 dólares por los 250 a 500 kilos de hojas de coca, de los que se obtienen dos kilos y medio de pasta base, cuyo precio era de 800 a 1.000 dólares el kilo. Una vez transformada en un kilo de cocaína, el precio oscila de los 1.000 a los 6.000 dólares en los países andinos, dependiendo del lugar y de la cantidad.
Ese kilo, puesto ya en la frontera de México con Estados Unidos, se vende de 14.000 a 21.000 dólares al por mayor; llega por fin el último eslabón de la larga cadena de distribución, y el kilo por el que se pagó de 500 a 700 dólares al campesino peruano o boliviano, se vende al consumidor final a un precio que va desde los 150.000 a los 220.000 dólares. No obstante, la cocaína supera al total de las exportaciones legales en Bolivia, casi las iguala en Perú y representa la mitad en Colombia.
En Estados Unidos y en la Unión Europea se genera la demanda de cocaína, se blanquean la mayoría de los ingresos y se producen la casi totalidad de los productos químicos necesarios para la producción de la cocaína.
Igualmente contribuyen, con China y Japón, a mantener bajos los precios de los productos exportados por los países andinos, como el café o los minerales, agravando la deuda externa de unas economías dolarizadas.
Dadas las condiciones actuales, toda política encaminada a erradicar el cultivo de coca está destinada al fracaso. No hay cultivos realmente competitivos, existe una amplia base social de desesperados dispuestos a cultivar, transformar y distribuir la cocaína, y las medidas represivas sólo sirven para agravar o trasladar a otras zonas el problema.
La misma situación, con ligeras variantes, se da en el Rif en Marruecos, cuya principal actividad económica es el cultivo de kif (Cannabis sativa), base para elaborar el hachís, o en las zonas productoras de amapola en Pakistán, Afganistán, Laos y Myanmar (Birmania).
Los talibanes se financian con los cultivos de opio y el tráfico de heroína, imposibilitando la pacificación de Afganistán, tras décadas de conflicto.
El éxito y la extensión de los cultivos de coca, marihuana y amapola se deben a varios factores. En primer lugar al precio que perciben los agricultores, que a pesar de las bruscas fluctuaciones, casi siempre es superior al de los cultivos alternativos, pero el precio no es el único factor.
La coca, la amapola y la marihuana, y sobre todo sus derivados (cocaína, heroína, hachís), se almacenan y transportan fácilmente, a diferencia de otros productos competitivos, en países donde las vías de comunicación son muy precarias y los campesinos pobres carecen de recursos para adquirir grandes frigoríficos u otras instalaciones de almacenamiento.
Cada hectárea, como promedio, produce una tonelada de materia prima; esa tonelada se transforma en 31 kilos de marihuana, 16 kilos de opio y 5 kilos de pasta base de cocaína, dependiendo del cultivo.
Las barreras de entrada para cultivar drogas son mínimas (no así para el narcotráfico), pues no se requiere ni un gran capital, ni grandes extensiones de terreno, ni una tecnología sofisticada, y el mercado siempre está asegurado, independientemente del estado precario de las carreteras o de la situación política, como prueban los casos de Afganistán, Birmania o Perú.
Una pequeña parcela de poco más de una hectárea basta para que una familia tenga unos ingresos adecuados. Los ingresos medios de un agricultor cocalero son de tres a cinco veces superiores a los de un agricultor tradicional.
Las zonas productoras están enclavadas en lugares aislados, donde habitan grupos étnica o socialmente diferenciados, en muchos casos en conflicto armado con el Estado (Birmania, Perú, Colombia, Afganistán, Líbano, kurdos, Nagorno Karabaj y varias repúblicas de la antigua URSS).
Ecología de la coca
La coca, la amapola y la marihuana son cultivos tropicales, que crecen generalmente en regiones de media altitud (de 500 a 1.500 metros), en suelos bien drenados y con una pluviosidad media de 1.500 a 2.500 mm.
Las consecuencias ambientales de la demanda de cocaína son deforestación, pérdida de biodiversidad, erosión y contaminación de los ríos. Las áreas destinadas a la producción de coca son precisamente las de mayor diversidad biológica, zonas de transición entre los Andes y la Amazonia, ricas en endemismos, y con fuertes pendientes, debido a las necesidades de drenaje. El cultivo de coca implica el derrumbe y quema de la floresta, quedando el suelo desnudo, sin vegetación que haga sombra al arbusto e impida la captación de la energía solar y a merced de los intensos aguaceros tropicales, erosionándose rápidamente.
Al reprimirse el cultivo, los agricultores se trasladan de un área a otra, para no ser detectados, abriendo nuevos claros en el bosque. En Perú el 10 por ciento de la deforestación amazónica es causada por la coca. En Colombia la Sierra de La Macarena ha sido invadida y talada. El uso intensivo de herbicidas para el control de malezas y el empleo de fertilizantes, contaminan los ríos amazónicos. A diferencia de los cultivos tradicionales de coca, realizados en terrazas que previenen la erosión, los nuevos colonos sólo persiguen una rápida rentabilidad.
La producción de cocaína requiere el empleo de más de 40 productos químicos. Hoy los ríos de la Amazonia son contaminados anualmente con más de 400.000 toneladas de sustancias químicas, destacando cerca de 170 millones de litros de queroseno, 80 millones de litros de ácido sulfúrico, 30 millones de litros de éter, acetona y tolueno y 35.000 toneladas de cal. Los ríos del Chaparé en Bolivia y el Huallaga en Perú, son los más contaminados. Actualmente existen intentos tanto por extender el cultivo a nuevas zonas como la Amazonia brasileña, donde ya se cultiva la variedad amazónica ipadu o epadu (menos rica en alcaloide), como por sustituir la cocaína por drogas sintéticas o de diseño.
Peor aún es la violencia, la corrupción y los nuevos hábitos introducidos, así como el consumo de basuco y de pasta base entre los trabajadores de la coca. Un balance objetivo muestra que los efectos perniciosos en los países productores superan a los beneficios económicos, apropiados además por un reducido número de narcos. Pero el problema no es éste, sino las políticas adoptadas, dirigidas a suprimir la oferta en el Sur, sin atacar la raíz: la demanda en el Norte y la paradoja que supone prohibir unas drogas mientras se permiten otras tanto o más dañinas, como el alcohol, el tabaco o los barbitúricos.
Coca no es cocaína
Mamá Coca, la divina planta de los Incas, se consume en la región andina desde hace 5.000 años, por sus cualidades medicinales, rituales, de complemento alimenticio y como estimulante. La coca es rica en vitaminas, minerales, proteínas, carbohidratos y en alcaloides, entre ellos la cocaína. El rey Felipe II aprobó su uso por los indios, pues sí trabajaban más y mejor en las minas de Potosí, y además comían menos. La iglesia católica, tras superar las reticencias iniciales, incluso fomentó su cultivo en Bolivia, dado que percibían diezmos sustanciosos, aunque nunca admitió los usos religiosos y ceremoniales.
Varios siglos después de que los indios de la Guajira hubiesen obtenido pasta base de cocaína, de nuevo en 1855 el químico alemán Friedrich Gaedcke aisló el alcaloide, en 1859 Albert Niemann describió y caracterizó la cocaína y en 1884 Sigmund Freud publicó un estudio titulado "De la coca". En 1863 el italiano Angelo Mariani lanzó un vino a base de coca, con un contenido de 60 miligramos de cocaína por vaso de vino. El vino Mariani tuvo un gran éxito y fue alabado por los papas Pío X y León XIII; éste último mandó conceder una medalla de oro a Mariani. El cardenal Lavigerie le escribió la siguiente misiva:"Vuestra coca de América les da a mis sacerdotes europeos la fuerza necesaria para civilizar Asia y Africa".
El clorhidrato de cocaína (benzoil-metil-ecgonina, C17H21NO4) es un estupefaciente obtenido de la hoja de la coca, tras un dilatado y complejo proceso de elaboración. Tiene una acción estimulante y es vasoconstrictor. La relación entre coca y cocaína es similar a la que existe entre el vodka y otra planta de origen andino, la patata, aunque a nadie se le ocurre eliminar el cultivo de patatas para atajar el alcoholismo en Rusia.
Ya desde hace muchos años creo que la única solución a la guerra de las drogas es la legalización controlada, como ya pasó con la ley seca y la prohibición del alcohol en Estados Unidos. La ilegalidad solo trae mafias, rentas de ilegalidad y muertos, en Colombia, México y toda centroamérica.
Ya desde hace muchos años creo que la única solución a la guerra de las drogas es la legalización controlada, como ya pasó con la ley seca y la prohibición del alcohol en Estados Unidos. La ilegalidad solo trae mafias, rentas de ilegalidad y muertos, en Colombia, México y toda centroamérica.